viernes, 17 de abril de 2015

Falso monje pero asesino en serie real


Comienza el juicio por asesinato contra Juan Carlos Aguilar, el falso monje shaolin y pseudocampeón de artes marciales al que parece que solo le interesaba de éstas las habilidades de dominación y violencia física contra las personas. Detrás de una aparente imagen de espiritualidad con tintes macabros se esconde lo que presuntamente parece ser un asesino en serie. Aunque la definición tradicional de asesino en serie establece la necesidad de tres o más víctima, algunos autores defendemos que la existencia de dos es suficiente siempre y cuando aparezcan varios criterios como la inconexión entre víctima, cierto espacio temporal entre asesinatos y la existencia de un periodo de enfriamiento en el que el asesino se siente equilibrado y satisfecho por su asesinato y “descansa” hasta que sienta la necesidad de matar otra vez.
Especialmente en los datos que hemos podido conocer de su segunda víctima, la nigeriana Ada Otuya, podemos intuir lo que sería una personalidad sádica en la cual, el asesinato se convierte en algo no buscado por el sádico pero que se produce como una consecuencia de sus actos. Me explico. El sadismo es un tipo de parafilia en la que el sádico consigue la excitación y el placer sexual por medio del dolor y el sufrimiento que muestra su víctima. Es decir, el sadismo tiene una finalidad sexual, el componente sexual debe estar presente para ser diferenciado de otras tipologías agresivas. Una persona que golpea la cabeza de otra repetidamente hasta destrozarla no es un sádico sino busca con ese dolor la excitación sexual. El sádico busca el placer sexual pero los estímulos que le excitan no son los habituales (de ahí que sea una parafilia), se excita con el sufrimiento ajeno.
Para conseguir este sufrimiento y dolor en la víctima puede utilizar la violencia física pero también la psicológica por medio de la humillación, la dominación o la vejación. El sádico suele utilizar técnicas de tortura para provocar este dolor porque necesita general sufrimiento en la víctima pero evitando que muera. La persona muerta no genera dolor, con lo cual no excita.
Es cierto que muchas veces durante la tortura algunas heridas o la suma de éstas pueden provocar y de hecho finalmente produce la muerte de la víctima en muchos casos. Por eso el sádico suele aprender con el tiempo a torturar de una manera más eficaz. Pinchazos en zonas claves, asfixias o rotura de huesos suelen ser las técnicas más usadas en las que pueden participar ciertos utensilios como martillos, tenazas, taladros o electrocuciones en lo más “profesionales”.Katanas, cuchillos y espadas pueden ser buenas herramientas también para este fin, sobre todo si son manejadas con cierta precisión.
Juan Carlos tenía suficientes habilidades como para acabar de forma súbita con Ada, sin embargo los medios nos cuentan que la tortura de esta mujer duró 9 horas. Seguramente estuvo inconsciente en varias ocasiones. La paliza fue brutal y fríamente desarrollada en forma de tortura. Un experto en artes marciales sabe cómo, cuándo y dónde golpear.
Una personalidad narcisista, mesiánica y con delirios de grandeza pueden adornar más este tipo de comportamientos y en algunos casos facilitarlos. Estas personas suelen generar cierto atractivo, buscan personas vulnerables en su entorno con los que establecer relaciones de dominación consentida (el masoquista en su forma más extrema). Suelen ser despreciado por algunas personas y venerados por otras a las que son capaces de manipular y engatusar en lo psicológico pero también en lo físico.

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